El pasado 25 de marzo, solemnidad de la Anunciación del Señor, se cumplió el décimo aniversario de la muerte de nuestro recordado y querido sacerdote don Antonio Yelo Templado. Hay una frase célebre de Santa Teresa de Calcuta que dice: “Que nadie venga a ti sin irse mejor y más feliz”. Esta frase nos sirve muy bien al recordar a don Antonio. Todos los que lo conocimos podemos coincidir en que era una persona realmente singular y que no dejaba indiferente a nadie. Vivía y transmitía las cosas de tal manera que era imposible no sentirse involucrado. No conozco a nadie que haya pasado por su amistad y que no lo recuerde con cariño ni que, al evocarlo, no se le dibuje una sonrisa.
Sin duda, buena muestra de que hacía a los demás más felices son estas entrañables fiestas en “Rambla Charrara”, este rincón pintoresco en tan gran llanura del Campo de Ricote que comienza a los pies de la Santa Montaña del Oro y llega, a través de los llanos de Cagitán, hasta Mula.
Para la historia de estas tierras queda toda una vida de misión evangélica, siendo el iniciador y precursor de la advocación de la Virgen Santa María del Oro, la construcción de este templo y el movimiento misionero rural que él mismo llevó a cabo por todos estos campos. También se debe a su ilusión el pequeño monasterio eremítico de la “Casa de Oración”, a los pies de la Umbría del Cuchillo, hoy felizmente habitado por la hermana Paula.
Cada vez que nuestra mirada se cruce con estos santos lugares debemos recordar la presencia del Señor y de nuestra Madre en nuestras vidas. Aunque solo sea esto, ya puede suponer mucho en nuestros corazones. Don Antonio, con la entrega inestimable de todos los vecinos —y con el recuerdo de algunos de ellos y ellas que ya no están entre nosotros, pero que seguro están en el Cielo—, supo implicar a la gente con gran fervor. Hace unos años no hacía falta recordarles demasiado para que pronto se les escaparan algunas lágrimas. Y es que las gentes de aquí eran así: vivían las cosas con profundidad, eran un ejemplo para nosotros, y eso es muy valioso.
La figura de este cura tan rural, con su sotana llena de polvo, subido a su moto recorriendo estos campos, puede que sea una imagen difícil de borrar en más de uno. Muchos fueron los kilómetros que hacía los domingos para venir desde Yéchar, donde estaba de párroco, a celebrar la misa en esta iglesia y en el Santuario del Oro. Creo que casi todos sus viajes eran accidentados, con pinchazos de ruedas y roturas varias… Casi siempre que veníamos, muchos años después, en coche y por mejores carreteras, recordaba con auténtico terror los charcos y el barro.
Ha sido un hombre fiel a este lugar; tuvo un gran celo por las almas de los cristianos de aquí. Su entrega total fue hasta el final de sus días, mientras pudo. Para él, este rincón era considerado un lugar sagrado, como si de Roma o de Tierra Santa se tratara, y así lo transmitía. Cuando algún viejo amigo le preguntaba si seguía viniendo al campo, a él, con mucho orgullo, le gustaba señalar que sí y detallaba las bondades que entraña este lugar. Para él, la constancia era un don en sí mismo. Los cantos que él mismo compuso para este lugar también son un patrimonio digno de conservar.
Queridas amigas y amigos, les animo a seguir adelante en la fe, a no olvidar nunca el amor a Jesús y María que tanto él predicó, a no dejar las tradiciones y conservarlas con cariño. Desde la Asociación de Vecinos, y en nombre de todos, estamos muy contentos y agradecidos por la reparación de toda la fachada realizada recientemente por el Ayuntamiento de Abarán, así como al de Ricote, que mantiene los gastos corrientes de este templo y que hace unos años restauró la cubierta y el artesonado.
Sin duda, cuando volvamos a cantar los cantos que él mismo compuso y a aplaudir a la Santísima Virgen del Oro, recordaremos con cuánto fervor lo hacía este cura singular que dedicó su vida al Evangelio, animó siempre la devoción a la Virgen María y tanta ilusión tenía con las cosas de aquí.
















