Así dice una de las letras del villancico “Tocan tambores”, una composición auténticamente nuestra, con letra y música de dos paisanos nuestros, los primos José García Templado y David Templado Molina, compuesta en 1952, y que seguimos cantando al finalizar la Misa de Gallo y la de Reyes, pues debemos tomar como obligación el mantener lo nuestro también en el ámbito de la música y ahí tenemos un gran tesoro para todos los momentos solemnes del año.
Es verdad lo que dice el villancico, pues el 6 de enero es en este pueblo un día de fiesta, una fiesta muy especial, nacida, sin duda, hace más de dos siglos cuando a unos antepasados nuestros, que formaban la Hermandad de Ánimas se les ocurrió portar la imagen del Niño casa por casa para recoger limosnas para dicha Hermandad, acompañando a esta imagen con dos faroles anunciadores de la presencia de la luz del mundo y de unas alforjas para recoger las limosnas.
Nunca podrían pensar aquellos sencillos y humildes animeros que estaban configurando una de las señas de identidad más importantes de este pueblo, una de las tradiciones más exclusivas y más nuestras y que, por ello, no estamos autorizados a dejarla perder.
Sólo hemos encontrado una celebración parecida en un pueblo de Toledo, Mocejòn, a más de 300 kms. de distancia, donde en la mañana del 6 de enero también salen algunas imágenes del Niño recorriendo todos los hogares del pueblo, de unos 5000 habitantes, portado con unos señores vestidos con capa y precedidos por un tambor que va anunciando la llegada del Niño, que es acogida en todas las casas con mucha emoción, según información que nos ha facilitado Ana Belén Cabello, vecina de ese pueblo con el que habría que estrechar lazos en el futuro.
Aterrizando en nuestro pueblo, es verdad que los tiempos han cambiado, que la mentalidad de nuestra sociedad dista mucho de la de nuestros abuelos, que la configuración humana y urbanística del pueblo ha variado notablemente, que el sentido de familia poco tiene que ver con el de otras épocas, que el sentimiento religioso ya no está tan generalizado, es decir, que el Abarán de 2020 poco tiene que ver con el de hace solo 50 años, pero, a pesar de ello, la imagen del Niño no ha dejado de visitar una a una todas las casas de este pueblo cada seis de enero y eso ha sido posible porque, por encima de tantos cambios sociales, se ha impuesto la fuerza de la tierra, de las raíces, de lo que nos une a pesar de tiempo y las circunstancias adversas.
Hemos perdido algunas cosas en el camino como la subasta de la Plaza Vieja o el protagonismo de los sacerdotes o la “obligación” de no faltar a la casa familiar o el respeto reverencial con que se le recibía que llevaba a algunos a ponerse de rodillas, o los faroles que acompañaban a cada imagen… o tantos otros detalles que los tiempos se han encargado de irlos difuminando, pero no hay que mirar hacia atrás con nostalgia paralizante, sino hacia adelante con ilusión y con el propósito de que nunca falte en cada hogar abaranero la visita más esperada, la más sentida, la de una imagen pequeña en sus dimensiones pero grande en su simbolismo, la imagen de un Niño que engrandece a todo un pueblo.
El que esta fiesta, como todas nuestras tradiciones, se mantenga no puede depender de los curas o de las autoridades de turno, sino que depende de todos y por ello todos los abaraneros debemos vivirla con intensidad y llenar la iglesia en la solemne misa de la mañana, y acompañar al Niño en esa entrañable visita a la Residencia de Ancianos, y llenar el atrio en la emocionante salida, y llenar las casas con familiares y amigos al son de villancicos nuestros, y llenar también la iglesia en la recogida ya de madrugada, porque en Abarán antes, ahora y siempre “el Día de Reyes es día de fiesta”.
JOSE S. CARRASCO