Cae en sábado en el calendario de este año. Hace una agradable temperatura. El aire huele a fiesta. Pero no se siente el bullicio por las calles, no se observa ese movimiento de gentes salpicadas de elegancia que llenan la ermita y las calles principales por donde transcurre la procesión. No. Este año no se podría vivir este acontecimiento que es la base y la raíz y el centro de las fiestas septembrinas de este pueblo.
Este año no podremos cumplir totalmente con el encargo que en 1596 nos dejara escrito Leonor de Molina, esposa del sacristán Cosme Juan de Durán, encareciéndonos que le hiciéramos cada año en el día de su fiesta a los Santos su procesión.
Pero seguro que ella lo entenderá y nos perdonará. Hemos sido fieles a ese encargo durante siglos, hemos sido obedientes a su voluntad durante generaciones y generaciones, pero en este 2020 hemos de hacer un forzoso paréntesis por las circunstancias que todos conocemos, aunque con la firme promesa de que, en cuanto se cierre este doloroso paréntesis, volveremos con más fuerza que nunca a darle cumplimiento a esa manda tan antigua que actualizamos cada año y que está en el origen de una feria que hace vibrar a todo un pueblo en los preludios de cada otoño.
Es verdad, en el programa de este año, no aparece el anuncio de que el día 26 a las 18,30 tendrá lugar la procesión solemne de los santos patronos desde la ermita hasta la iglesia de San Pablo. Pero no por ello no debe haber procesión, pero habrá que hacerla por dentro, no desde las calles, sino desde el corazón. Porque no podemos dejar de revivir en nuestro interior en la tarde de este 26 de septiembre esas vivencias, sentimientos, sensaciones que revivimos cada año en este momento. Hay que poner en marcha la memoria y la imaginación y experimentar en lo más íntimo del ser los sonidos de los cohetes, el olor a pólvora, la melodía del himno nacional y de Solemnidad, marcha ligada como ninguna a esta procesión, el abrazo al paisano que ha venido de fuera para esa tarde, la visión del estandarte en la puerta de la ermita como signo de continuidad con las generaciones de siglos atrás, los rostros de sincera devoción de los abaraneros que llenan las aceras de las calles, el reflejo del sol en las túnicas policromadas de las imágenes de Cosme y Damiàn, …y tantos detalles que hacen de este desfile una eclosión de la esencia y el ser de este pueblo.
Y, además de este revivir el pasado, hay que mirar al futuro, con la firme determinación de que, cuando esto pase, que pasará, cuando esta pesadilla acabe, que acabará, esta procesión y todas las tradiciones que configuran nuestra identidad, revivan con más fuerza aún, que este paréntesis no haya adormecido la fuerza de nuestras raíces, que no nos haya dejado insensibles ante lo que ha marcado nuestro carnet de identidad como pueblo, y que volvamos a besar al Niño aún con más fervor, que volvamos a vibrar, pegados unos a otros, sin distancias de seguridad, al volar las palomas en el Domingo de Pascua y que volvamos a acompañar a los Patronos en la tarde de cada 26 de septiembre con la misma ilusión, devoción y alegría que desearía aquella sencilla Leonor de Molina cuando nos hizo ese entrañable encargo, que ha sido, es y será nuestra mayor riqueza, nuestro mejor tesoro.
JOSE S. CARRASCO MOLINA