Reza el refranero que marzo y septiembre son cual hermanos diciendo adiós uno al invierno y otro al verano. Pero también y como pudimos comprobar con la DANA de 2019 “en septiembre secan las fuentes o arrastran los puentes”. Incluso y como viene confirmándose “por San Miguel el verano faltará muy rara vez”.
Sin embargo, es a finales de agosto cuando año tras año y ante tan deseada cosecha, cual paciente y desapercibido vendimiador, nuestro cronista D. José Simeón Carrasco comienza a depositar dichos frutos en un envase muy especial, como es, un libro de fiestas que extralimitando el eje Abarán-París-Londres comenzará a llegar a nuestros hogares y, más concretamente en esta edición, con la etiqueta conservera de Antonio Moreno “El Cura”.
Y es que, lejos de lo que usted pueda imaginar, dicha publicación tiene algo más de ciento veinte años de historia, si bien, habremos de esperar a los años veinte para que se evolucione desde un simple folleto compuesto generalmente por la presentación escueta y tajante de una programación de actos en una o dos tintas, a toda una recopilación de anuncios publicitarios donde la creatividad y el ingenio abaranero alcanzaría su máxima intensidad a finales de los años treinta ya fuese en prosa o en verso.
Tras ello y con la llegada la década de los cuarenta, sería en 1946 cuando al recurrente saludo consistorial se le sumase a modo de preámbulo un primitivo himno a los Santos Médicos compuesto por Enrique Antolinez (Presbítero) con música de D. Fernando Díaz Giles debiendo esperar concretamente a 1947 para que bajo el título “La Torre de mi Parroquia” D. Francisco Egea se convirtiera en el primer articulista de un pequeño librito ahora tamaño cuartilla en el que progresivamente se irían introduciendo láminas de D. Joaquín Julía, inéditas panorámicas sobre aquellos paisajes abaraneros que despiertan tanta atención en el presente así como colaboraciones de lo más variopintas donde el Dr. Molina llegaría a disertar sobre el poder de la energía atómica sin olvidar el esfuerzo del maestro Vargas para dar cuenta anual sobre el estado y funcionamiento de la Biblioteca o la adornada pluma barroca de D. Luis Carrasco cuya obra “Retazos” ha cumplido precisamente su primer siglo de vida.
Por su parte, en 1955 se adoptaría el formato y tipo de encuadernación empleados actualmente al tiempo de incluir artículos que insertados por cronistas de abolengo como Antonio Yelo Templado, Antonio de Hoyos o los versos de Fructuoso Fernández (“A ti Abarán”), pronto pasaría a aglutinar documentadas estampas sobre un pasado que mostrándose inadvertido para los protagonistas de entonces, hoy nos permiten viajar en el tiempo hacia aspectos variopintos como la colocación de la primera piedra en la Ermita (Fdo. José Ortuño, 1950), la primera Batalla de Flores (colaboración anónima de 1955), inauguración de un grupo de viviendas en San José Artesano (1957), una nueva heráldica para Abarán (1958), el catastrófico pedrisco de 1966 o una ya consolidada costumbre en los setenta consistente en incluir fotografías de las reinas y damas.
Pero como en toda cosecha, es bajo el calor de la vivencia madurada por el cuidado de la palabra cuando tan preciado fruto llegue a la despensa de lo entrañable para anunciarnos que jamás antes una dosis de papelillos había dejado en segundo plano a una epidemia que, precisamente este año y tal como sucediera en 1921 con la devastadora plaga cítrica del piojo rojo, no podrá restar protagonismo a nuestros Patronos San Cosme y San Damián y la Virgen del Oro pues, ante todo y concluyendo con el refranero, “Septiembre es frutero, alegre y festero”.
